En este capítulo, Bourdieu hace una crítica severa a lo que él llama la “gran teoría”. Comienza observando que ésta ha fomentado prácticas que han perjudicado el discurrir libre del conocimiento universal. Entre ellas se encuentran la adhesión a una teoría por parte de los estudiosos, que por simpatía y/o compromiso, defienden a la vez que critican otras; el uso de un metalenguaje exclusivo de dichas corrientes de pensamiento y la búsqueda constante de lo nuevo.
El conocimiento se vuelve un capital importante, no sólo en las ciencias humanas, sino en lo económico y político. La reproducción y repetición de las ideas ayuda a consolidar una corriente de pensamiento y a sus principales promovedores.
Una mentalidad científica nueva
Bourdieu opone a la mentalidad científica tradicional, una mentalidad nueva pues la anterior está basada en la presencia de “padres fundadores” de las disciplinas humanas, cuya fama se sostiene sobre un séquito de pensadores que esperan poder entrar al círculo selecto al que los primeros pertenecen. La mentalidad nueva debe contar entre sus cualidades la minuciosidad en el análisis, lo que conlleva anteponer la investigación a la fama; romper con la jerarquía de los objetos canónicos de investigación así como con la delimitación del análisis que se concentra sólo en el interior del objeto y desdeña los acontecimientos externos. De igual modo, debe la teoría tratar de responder a los retos que los objetos empíricos le presentan antes que a la confrontación con otros postulados.
Dentro de esta revaluación teórica, Bourdieu, introduce la noción de habitus la cual busca la unificación ante la serie de alternativas que las ciencias sociales han abierto para, paradójicamente, encerrarse, principalmente, busca hace frente al estructuralismo. la noción de habitus tienes sus antecedentes en el concepto de hexis propuesto por Aristóteles y convertido en habitus para la tradición escolástica, más adelante será retomado por Husserl. Al hacer esto, Bourdieu ataca la práctica de lo nuevo al retomar un concepto que está dentro de la tradición del pensamiento y que, por lo tanto, apela a una labor continuidad en el conocimiento; a diferencia de la repetición que se hace para consolidar el prestigio de un autor o una teoría y que nada tiene que ver con una postura crítica y reflexiva. Con esta noción, Bourdieu busca hacer hincapié en las capacidades activas, inventivas del habitus y del agente que había sido reducido por el estructuralismo a un mero sujeto de la acción. El concepto de habitus da cuenta no de un sujeto universal sino de un saber adquirido. Por ese hecho mismo, la noción rompe también con la separación canónica de teoría y práctica que no debiera existir pues la actividad cognoscitiva participa de la construcción de la realidad, es decir, lo que se piensa, incide en la realidad. Al respecto de lo novedoso, Bourdieu llama la atención en el hecho que las ciencias sociales han sometido su metodología no ha su propia tradición sino a los requerimientos de la literatura y la filosofía; de ese modo, las ciencias sociales no propician la producción de herramientas de investigación.
A su esquema de trabajo, Bourdieu suma otro concepto: el de campo que sirve para delimitar el área de estudio, por ejemplo el campo literario, el campo teórico, y que sirve para superar la idea de lo interno. El campo de producción da cuenta entonces de los factores que influyen en la creación de un objeto.
El modo de pensamiento relacional, que tiene sus orígenes en Weber y Cassirer, en el caso de las ciencias sociales, funciona a partir de reconocer las relaciones objetivas que unen las realidades sociales a las que, a diferencia de lo propuesto por Bourdieu, se les ha otorgado más importancia en sí mismas y para sí mismas. Lo anterior permitiría una mayor comprensión del modo en cómo actúa el campo intelectual y de los sujetos que participan en él y de sus relaciones. Este tipo de análisis permite observar las propiedades específicas de cada campo así como hallar una homologación estructural y funcional entre los diversos campos.
La teoría de los campos propuesta por Bourdieu no persigue transponer un modo de pensamiento, un concepto perteneciente de una disciplina a otra sino lo que debe transponerse es la construcción del objeto, sólo de esa manera, el análisis de un campo se convierte en un caso particular en un sentido verdadero, ya que puede apreciarse su singularidad, la cual puede oponerse a la de los otros campos. En este punto, el autor critica el ejercicio teórico en el que el objeto, su interpretación y sus resultados están condicionados por la teoría, tergiversándolos y aislándolos de los otros objetos o campos con los que guarda relación. Son los resultados tergiversados los que obligan al análisis a hacerse y rehacerse hasta adquirir coherencia pues la búsqueda de la teoría es la de generalizar lo particular siempre.
“Doxa” literaria y resistencia a la objetivación
Los investigadores están tan sometidos a cumplir con la parafernalia teórica lo que impide la objetivación científica pues los resultados pueden ser tomados como dignos de culto o bien, vilipendiados. Ahora, para Bourdieu no basta con proponer una nueva metodología para los estudios culturales sino que se requiere de un cambio en la manera de pensar la cultura y el modo en que se aborda para estudiarla.
Sin embargo, el autor llama la atención en que el cambio en el pensamiento tiene como uno de sus principales obstáculos la postura “sagrada” que se tiene frente a lo cultural, por ende, no está basada en la razón, no necesita ser demostrada. Bourdieu propone problematizar la idea de lo sagrado y analizar el modo en que dicha idea se cultiva. La doxa está presente en la creencia en el “genio creador” que es el modo en que la crítica asume al artista como un sujeto único, especial, cuya formación lo predestina a ser el artista más talentoso y que nadie puede igualarlo. La reproducción y afianzamiento de esta creencia cierra la puerta a otro tipo de análisis, apuntalando el que tiene que ver con explicarse la obra a partir de la vida del autor. Uno de los pensadores que mayor fomento otorgó a la noción de “genio creador” fue Jean Paul Sartre en la biografía que realizó sobre Flaubert.
Bourdieu tampoco confía en los resultados de las estadísticas a pesar de estar consideradas como instrumentos objetivos e inobjetables pues observa que reducen las características de un autor a un conjunto de valores cuantitativos anulando la posición que un sujeto ocupa en un campo, encasillándolo en la pertenencia llana a una institución o movimiento. Además que las estadísticas están construidas siempre sobre una población preconstruida, lo que altera los resultados y su interpretación. Ello sin contar que la conformación de los instrumentos de análisis pasa por alto el análisis de los antecedentes de los sujetos (premios, condecoraciones, reconocimientos, grupos de adscripción), lo cual arrojaría luz sobre la construcción de la jerarquía artística.
El “proyecto original”, mito fundador
El “proyecto original” fue una aportación de J. P. Sartre, la cual fijó la metodología de las ciencias sociales, basándola en la idea de que el escritor es un sujeto en cuya vida todos los acontecimientos van orientados a cumplir un plan original: el de ser un gran pensador, un personaje fundamental para el mundo. En otras palabras, un sujeto que estaba predestinado a cumplir una misión y cuyo objetivo, en ningún momento, ignora dicho personaje. Con este modelo de análisis, nos dice Bourdieu, Sartre antepone el orden lógico al cronológico en la interpretación de la vida de un sujeto relevante del mundo. Bourdieu critica a Sartre el determinismo con el que marca los actos de los sujetos, rediciéndolos a meros objetos. Este determinismo está íntimamente ligado con los métodos empleados por las ciencias duras para explicarse los fenómenos que les compete. Además, en la propuesta sartreriana de interpretación continúa observándose la importancia que la jerarquía tiene para los estudiosos pues Flaubert está por encima del resto de los mortales por su actividad intelectual y Sartre está también por encima, no sólo del resto de los hombres sino del resto de los pensadores, al ser capaz de analizar la vida del autor de Madame Bovary.
El punto de vista de Tersites y la falsa ruptura
En este apartado, Bourdieu aborda la otra cara de la moneda del mundo consagrado de la intelectualidad: la existencia de aquellos escritores tildados de “mediocres” y que, al menos en vida, no fueron considerados dignos de mención. Sin embargo, estos escritores también ejercen cierto poder y juegan un rol dentro de las relaciones del campo literario. Su posición les permite descubrir los vicios y las contradicciones existentes dentro del campo.
El espacio de los puntos de vista
Para conseguirlo, el autor apela a ejercer la mayor reflexividad posible en el hecho literario y oponerse a la postura reproducida por la crítica literaria en la que todo el arte se encuentra basado en oposiciones, en todo o nada. Dicha postura heredada, en el caso de la lingüística y la semiótica, de Saussure. El pensamiento basado en la oposición o en la contradicción de una dupla de elementos parece universal por el hecho de haber sido aceptado y promovido desde las instituciones de poder. El autor también critica la práctica de análisis basada en ver al texto como objeto independiente de su contexto, como elemento autónomo y cuya significación es autosuficiente, en el caso de la escuela estructuralista. La falta de flexibilidad en los estudios literarios ha metido a la crítica en un callejón sin salida del que esperan librarse por medio de la “genética literaria” que busca en el pre-texto, de Genette, la génesis del texto, dar cuenta de cuál es el procedimiento para la elaboración del texto tal y como lo conocemos.Bourdieu observa que el fin último de la genética literaria no debiera ser sólo el tratar de reconstruir el procedimiento de escritura de las obras sino cómo ha influido el medio que rodeó al escritor para determinar que el texto se escribiera de un modo u otro. Para el autor, quien pudo proponer una metodología acertada para abordar los estudios culturales fue Foucault al señalar que ninguna obra existe en sí misma sino que pertenece a una entramada red de relaciones y para dar cuenta del fenómeno propuso el término “campo de posibilidades estratégicas” en el que cada obra se define. En el “campo de la polémica” y en las “divergencias de intereses o de hábitos mentales en los individuos” es donde Foucault puede explicar el campo lo que sucede en el “campo de las posibilidades estratégicas” con lo cual quita de escena las relaciones de oposición de los estudios literarios.
Otro aspecto que pesará en los estudios culturales será el de los intereses de los productores, por lo que el autor propone, para evitar el reduccionismo, pensar los espacios de producción cultural como campos. Aunque el modo en que el sistema cambia depende del “estado del sistema”.
En este apartado Bourdieu aborda varias cuestiones consideradas fundamentales para las ciencias sociales, entre ellas se encuentra el pensar que una obra va dirigida a un público en específico, tal como ocurría con la literatura socialista que se pensaba debía ser escrita para el proletariado. Lo que el autor nos dice al respecto es que aunque inicialmente ese sea su objetivo, en realidad no puede preverse el lector que va a consumirla y a tratar de interpretarla. En otras palabras, Bourdieu retoma una problemática constante en los estudios: la relación de la obra de arte y la sociedad. Aquí el autor señala la importancia para la interpretación el que se tengan presentes las condiciones a partir de las cuales se realizó una obra, ya sean sociales o personales. De esa manera, basándose en Max Weber, Bourdieu concluye que la importancia de un artista (productor) depende del rol que ejerza dentro del campo, si es escritor o editor, por ejemplo, y que sus acciones están sometidas a sus intereses. Y añade que los universos de cada uno de estos sujetos es relativamente autónomo y estructurado. Esto en el espacio interno de los campos, en el externo, los acontecimientos sociales pueden afectar el modo de producción, por ejemplo la presencia de la guerra, las crisis económicas o las revoluciones. En el caso de las letras, el teórico observa que una de las características del campo literario es la libertad que se tiene para atacarse unos a otros tomando como bandera la verdad y la razón.
La superación de las alternativas
Bourdieu propone que al introducir a los estudios culturales la noción de campo puede superarse la oposición entre lectura interna y análisis externo sin perder el avance alcanzado en las disciplinas de las humanidades y que, de esa manera, ambas posturas teóricas pueden conciliarse, de ese modo también queda al descubierto la influencia existente entre la literatura y lo social, lo político, como el quehacer literario también implica una acción política. Dentro de la literatura, como en otros campos, existen fuerzas conservadoras (que luchan por preservar el sistema) y fuerzas innovadoras que pujan por cambiarlo. El cambio, dice Bourdieu retomando a Foucault, depende de las posibilidades históricas, de los intereses (estos deben ser disimulados con frecuencia en el campo del arte, mejor dicho, aparentar siempre un cierto desinterés).
Objetivar el sujeto de la objetivación
El concepto más sobresaliente para el autor y que puede permitir el cambio de los estudios culturales es el de campo pues permite tomar un punto de vista sobre los puntos de vista originados a partir del objeto de estudio, es decir, situarse por encima de los puntos de vista y poder objetivarlos. De esa manera el sujeto deja de ser ingenuo con respecto al objeto y su punto de vista pasa de ser empírico a ser científico.
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